Día de Todos los Santos, Año B
3 de noviembre de 2024
Sabiduría de Salomón 3:1-9, Salmo 24, Apocalipsis 21:1-6a, Juan 11:32-44
“Vivir entre los santos”
Rvda. Kathleen Murray, Rectora
Parroquia histórica de Beckford, Mt. Jackson y Woodstock
Día de Todos los Santos, Año B
3 de noviembre de 2024
Algunos se preguntarán por qué esta dramática historia evangélica de Lázaro aparece el Día de Todos los Santos. Es innegable que Lázaro está muerto, como se subraya repetidamente en el texto, y las palabras de Marta subrayan el “hedor” de la muerte. En la versión Reina Valera, esta escritura dice: “Señor, ya apesta, porque hace cuatro días que murió”.
Esta historia, sin embargo, comienza con palabras de seguridad y recuerdos de amor. Marta, María y Lázaro forman parte de una familia a la que Jesús ama profundamente. Se nos dice en el versículo 36: “Mirad cómo le amaba”.
Así como Jesús amó a Lázaro y Marta, María y Lázaro amaron a Jesús, así también nosotros estamos llamados a vivir la vida cristiana en amor y comunidad. Lázaro, Marta y María no estaban solos; contaban con el amor de Jesús, que les dio a conocer el amor de Dios a través del milagro de la resurrección de Lázaro. En ese momento, todos los presentes fueron testigos de la vida, la muerte y la nueva vida que se desplegaba ante ellos.
Así como Lázaro, Marta y María fueron sostenidos por el amor de Cristo, también nosotros somos sostenidos por una comunidad de fe más amplia. Vivimos nuestras vidas en conexión con otros, en una red que llamamos la comunión de los santos. Nos ponemos en el camino del amor, buscando y sirviendo a Cristo en los demás. La santidad no es un club para la élite piadosa; es realmente nuestra humanidad colectiva, unida por el amor, la fe y el sacrificio. Los santos de la vida cotidiana -personas corrientes que viven su fe de manera tranquila y constante- llevan el amor de Dios al mundo a través de sus actos de bondad, compasión y perseverancia.
Al celebrar el Día de Todos los Santos, nos adentramos en el misterio de lo que significa pertenecer a Dios, la comunión de los santos y el legado de fe que se extiende a lo largo de los siglos. Este día santo nos lleva a la compañía de quienes la historia recuerda como santos, y de quienes sólo unos pocos conocen como santos, pero cuyas vidas son igualmente testimonio de la presencia de Dios. Al reconocerlos, nos conectamos no sólo con el pasado lejano, sino también con los santos de nuestras propias vidas -miembros de la familia, amigos, mentores- cuyas vidas han reflejado silenciosamente el amor y la gracia de Dios.
Nuestras lecturas del Libro de la Sabiduría, el Apocalipsis y el Evangelio de Juan nos recuerdan que los santos están profundamente arraigados en las promesas de Dios y tienen la visión de algo que va más allá de ellos mismos. La Sabiduría de Salomón habla de la resistencia, la paz y la esperanza duradera de los fieles, ofreciendo un poderoso mensaje para el Día de Todos los Santos. Nos asegura que “las almas de los justos están en manos de Dios” y “brillarán como centellas”, recordándonos que el legado de los santos sigue inspirándonos y guiándonos hacia adelante. Esta visión de los santos regocijándose en la presencia de Dios, liberados del sufrimiento terrenal, nos anima a encontrar esperanza en nuestros propios caminos, siguiendo el ejemplo de estos fieles.
En la historia de la Iglesia, el Día de Todos los Santos surgió como una forma de honrar no sólo a los santos del pasado, sino también a personas corrientes cuyas vidas podían no haber sido perfectas, pero eran innegablemente fieles. Los primeros cristianos elegían cuidadosamente a sus santos, seleccionando sólo los ejemplos más santos de devoción. Con el tiempo, sin embargo, el significado de la santidad se amplió: ya no se trataba sólo de los excepcionales, sino de todos los que vivieron con fe sincera, encarnando tanto la fortaleza como las luchas humanas. Agustín, Gregorio Magno, Juan Vianney y Teresa de Lisieux hablaron de los santos como ejemplos de fe y esperanza: personas que, como nosotros, lucharon contra la tentación y las dificultades, pero mantuvieron su corazón vuelto hacia Dios.
Juan Vianney fue un párroco de origen francés conocido por su labor sacerdotal y pastoral, que transformó su comunidad y su entorno. Una vez dijo: “No todos los santos empezaron bien, pero todos acabaron bien”. Teresa de Lisieux, a menudo llamada la Pequeña Flor, dijo: “La santidad consiste simplemente en hacer la voluntad de Dios y ser justo lo que Dios quiere que seamos.”
En nuestra tradición episcopal, honramos a santos como el Dr. Martin Luther King Jr. y Pauli Murray, personas cuyas vidas dieron testimonio del amor de Dios de forma valiente y transformadora. El trabajo de King por la justicia y la igualdad reflejó una profunda fe en la dignidad de todas las personas, mientras que Pauli Murray, como activista de los derechos civiles y la primera mujer negra ordenada en la Iglesia Episcopal, ejemplificó la lucha y la esperanza dentro de la santidad. Estos santos nos recuerdan que nuestra fe nos llama a la devoción personal y a la justicia, la sanación y la reconciliación comunitarias. Se encuentran entre la “gran nube de testigos” como modelos de resiliencia, que nos impulsan hacia una fe activa e inclusiva.
Estos santos también nos recuerdan que la santidad no es un ideal lejano; es una respuesta real y alcanzable al amor y la llamada de Dios en nuestras vidas.
¿Qué significa esto para nosotros hoy? ¿Quién pertenece a esta comunión de los santos y cómo determinamos quién está incluido en nuestra celebración? No siempre es una lista de hechos extraordinarios lo que convierte a alguien en santo; es su vínculo de fe. Los santos son aquellos que, a través de sus vidas, se han convertido en canales de la gracia y el amor de Dios, conocidos por su confianza en algo más grande.
El Día de Todos los Santos nos invita a recordar que estamos conectados a una comunidad invisible pero profundamente real, una “gran nube de testigos” que atraviesa generaciones y culturas. Y este vínculo se extiende hasta nuestras vidas de hoy. ¿Quién nos recuerda en nuestras vidas la luz y el amor de Cristo? ¿Quién vive su fe de forma silenciosa pero impactante?
Los santos que celebramos son diversos y reflejan cada generación, posición social y nacionalidad. Honramos a los santos bien conocidos, pero también a las personas que conocemos o hemos conocido: los nombres que leeré de esta lista pueden incluir a un familiar o amigo, un vecino tranquilo o incluso un niño cuya fe nos enseñó algo sobre la gracia y el asombro. Los santos incluyen a los famosos y a los olvidados, a los que la Iglesia ha reconocido formalmente y a los que simplemente vivieron en la fe.
Estos santos, en su fidelidad diaria, son testimonios vivos de la obra de Dios, transformando el mundo de maneras que no siempre vemos, pero que podemos sentir profundamente. Encarnan la compasión de Cristo en sus lugares de trabajo, hogares y comunidades, curando donde hay dolor, ofreciendo esperanza donde hay desesperación y llevando la paz donde hay división.** A través de su compromiso inquebrantable con la justicia, la misericordia y la humildad, revelan la presencia de Dios entre nosotros y nos recuerdan que todos formamos parte de la obra continua de renovación en Cristo. Nuestra fe está viva y activa en sus manos, recreando y renovando continuamente el mundo con el amor y la gracia de Cristo.
Los santos son tanto los que nos desafían como los que nos consuelan. En sus vidas, vemos la santidad entretejida con la humanidad, el valor junto a la duda y la redención nacida del fracaso. Su ejemplo nos llama a perseguir la fe con sinceridad y honestidad más que con perfección. Nos recuerdan que la santidad no viene de la perfección, sino del valor de volver a Dios una y otra vez, incluso en medio de las dificultades de la vida. Siguiendo sus pasos, aprendemos que la santidad no consiste en la perfección, sino en la resistencia para volver al amor de Dios, especialmente cuando resulta difícil.
Estamos llamados a celebrar a todos los que han sido tocados por el amor de Dios y, a su vez, han tratado de compartirlo, incluso imperfectamente. Honramos tanto a los santos famosos como a aquellos cuyas vidas sólo son conocidas por un pequeño círculo. El corazón del Día de Todos los Santos es la invitación a vernos como parte de una comunidad santa que se extiende a lo largo de los siglos, un recordatorio de que estamos rodeados por el amor, la guía y las oraciones de los que nos han precedido y de los que vendrán después de nosotros.
Que podamos seguir con valentía el camino que ellos han abierto, inspirados por los santos en la gloria. Que encontremos el valor para vivir en la fe y la compasión, seguir el amor de Dios dondequiera que nos lleve, y ocupar nuestro lugar entre esta gran compañía, no sólo hoy, sino todos los días de nuestra vida. Por último, que cada uno de nosotros se convierta en parte de la continua historia de amor y gracia de Dios, viviendo como santos para los demás.