Todo es sobre Jesús: Pentecostes 6

Todo es sobre Jesús: Pentecostes 6

Año C, Sexto domingo después de Pentecostés (Propio 11)
17 de julio de 2022              

Año C:    Amós 8:1-12; Salmo 52; Colosenses 1:15-28; Lucas 10:38-42

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Al escuchar el evangelio de esta mañana, quizá hayas pensado: ¿soy yo María o Marta?

Después de escuchar el pasaje, probablemente pueda entender la dicotomía implícita en la pregunta.

Marta es la “activa”, que va de un lado a otro, ocupándose de los exigentes aspectos prácticos de la vida. Por otro lado, María es contemplativa, descansando a los pies de Jesús. Así que tenemos dos hermanas, dos seguidoras de Jesús y, se nos dice, dos posibilidades de discipulado.

Jesús dice que María ha tomado “la mejor parte” y a menudo, por lo tanto, es a la que aspiramos continuamente.

¿Es eso lo que quería decir Jesús? Dios sabe que necesitamos Marthas en nuestra vida, aquellas que se dedican a los aspectos prácticos de la vida, haciendo que las cosas que hay que hacer se hagan.

Como es lógico, tendemos a abordar la historia de esta manera como un test de personalidad espiritual. Nos encantan los tests de personalidad. Algunos de nosotros hacemos todos esos tests de Facebook diseñados para obtener nuestro correo electrónico y nuestra información de contacto. Pero hay que tener en cuenta su popularidad: desde los signos astrológicos hasta el Eneagrama, pasando por esos cuestionarios aleatorios que revelan a qué raza de perro o a qué princesa de Disney nos parecemos. Suelen demostrar que somos, y siempre hemos sido, personas que buscan desesperadamente una visión de nosotros mismos.

Por eso, al escuchar hoy el Evangelio de Lucas, podríamos preguntarnos: ¿cuál de las dos somos? ¿Marta o María? ¿Ocupada o atenta? ¿Problemas o tranquilidad? Tal vez, al escuchar la pregunta ahora mismo, puedas sentir ya la presión de tener la respuesta correcta, de estar a la altura, de elegir esa “mejor parte”.

Pero antes de que te pierdas demasiado en todo eso, piensa en esto. Es una pregunta con trampa. Es una opción falsa.

No la parte sobre la mejor elección, sino la parte sobre quiénes somos: María o Marta. Esa es una elección falsa.

Es falso, sencillamente, porque no es la elección que Jesús nos pide en este texto. Jesús no está enfrentando a las hermanas entre sí, ni está creando una jerarquía de discipulado. Esas jerarquías son de nuestra propia elección porque nos gusta mucho categorizar y etiquetar las cosas y las personas. Lo hacemos todo el tiempo, de manera tanto benigna (como los roles que asumimos en un grupo de amigos) como destructiva (como los estereotipos que asignamos a las personas que son diferentes o distintas a nosotros).

Ese no es el objetivo de Jesús. Por eso, cuando le dice a Marta que María “ha escogido la mejor parte”, no está desafiando la personalidad de Marta, ni siquiera está rechazando el afán de Marta. En cambio, sugiero que Jesús le está recordando a Marta por qué y para quién está haciendo todo este trabajo bueno, duro y necesario: para él mismo, es decir, para Dios.

Marta vive y sirve, como todos nosotros, en nombre de Jesús. La cocina, la limpieza, la reparación y el cuidado de las cosas pequeñas y cotidianas deben hacerse, pero recordando y haciéndolo con la conciencia del amor siempre presente de Dios.

Me acuerdo de mi propia abuela. A menudo podías entrar en su casa un lunes por la noche y encontrarla planchando (y, sí, había un día de la semana para lavar la ropa, planchar, limpiar y hacer la compra). Pero, el lunes por la noche, después de haber lavado la ropa ese mismo día, podías encontrar a mi abuela de pie con su tabla de planchar, planchando sólo Dios sabe por qué, camisetas y ropa interior, con su rosario enrollado en la muñeca. Me gusta pensar que nunca olvidó que Dios era lo más importante en su vida; para mi abuela, eso era bastante cierto.

Esa atención es la que debemos aportar como discípulos, y por eso Jesús simplemente quiere que Marta no lo pierda de vista, sabiendo, como él, lo fácil que es volverse “preocupado y distraído por muchas cosas”.

Lo que ofrece, pues, no es una competición entre María y Marta como modelos de mayor y menor discipulado, ni una distinción entre las virtudes relativas del ser y del hacer. En cambio, ofrece la elección continua y crucial que cada uno de nosotros debe hacer, en todo lo que hacemos, entre recordar a Jesús u olvidarlo.

La historia de María y Marta nos llama a recordar. Es una historia evangélica en la que se le pide a Marta -como a nosotros- que haga esto -como oímos en nuestras oraciones eucarísticas-, todo esto, todo, en recuerdo de él.

Necesitamos ese recordatorio en este momento, ya que estamos atrapados en muchas cosas que perturban el mundo que nos rodea. Qué tentador puede ser mirar el estado del mundo, o incluso el estado de la Iglesia, y sentir pánico, diciéndonos a nosotros mismos que hay más por hacer, más por hacer, más por hacer.

Por supuesto, hay más cosas que hacer. Mucho más, y mucho de ello será diferente de lo que hemos hecho antes y de lo que hemos sido antes. El Reino requiere que nos arremanguemos. Pero mientras lo hacemos, mientras hacemos nuestras listas, no podemos olvidar que no actuamos por nosotros mismos o para nosotros mismos. Lo hacemos en nombre de Jesús. Lo hacemos en y por el poder de su paz y su amor.

Esa es la “mejor parte” que Jesús le recuerda a Marta. Debemos preguntarnos siempre qué hacer, por qué y para quién. ¿Por qué nos esforzamos tanto en mantener vivas nuestras comunidades de fe? ¿Por qué perseveramos en nuestras tradiciones? ¿Por qué nos atrevemos a soñar con un mundo guiado por el amor, la justicia y la paz cuando a menudo vemos un mundo que no está guiado por el amor, la justicia y la paz? La respuesta debe ser siempre Jesús. Nos esforzamos por Jesús. Perseveramos por Jesús. Nos atrevemos a soñar por Jesús. No podemos olvidarlo; no podemos olvidarlo, hagamos lo que hagamos.

No se nos da, en el texto, la respuesta de Marta al Señor. Sólo podemos imaginarla. Sin embargo, no tendría mucho sentido pensar que de repente dejó todo su trabajo en ese momento y se sentó junto a su hermana. Al fin y al cabo, todavía había bocas que alimentar, sitios que poner en la mesa y cosas que arreglar.

Siempre habrá cosas sin hacer, pero hay un trabajo necesario y sin glamour que nos sostiene. Es el trabajo sagrado y el trabajo que hizo Marta. Así que Jesús nos pide que nos acordemos. Que nos acordemos de él.

Así que no, no somos una Marta. No somos una María. Todos nosotros somos ambas cosas en diferentes momentos y contextos. Podemos ser más una que otra. Pero si, en tu búsqueda de ti mismo, sigues sintiendo el anhelo de ese identificador definitivo, esa destilación más pura de tu alma, que sea el único nombre que nos llama a cada uno de nosotros a nuestra verdad más profunda: Jesús. Recuerda que somos seguidores de Jesús. Siervos de Jesús. Amantes de Jesús.

¿Lo seguirás?

¿No lo olvidarás mientras vivas?

No son preguntas con trampa.

Amén.