Momentos radiantes-Fiesta de la Transfiguración

Momentos radiantes-Fiesta de la Transfiguración

Año A, Fiesta de la Transfiguración
6 de agosto de 2023      

Año A: Éxodo 34:29-35; Salmo 99; 2 Pedro 1:13-21; Lucas 9:28-36

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Esta mañana, dirigimos nuestros corazones y nuestros ojos al radiante espectáculo de la Transfiguración. Una montaña, una nube, las figuras de Moisés y Elías, una voz del cielo y nuestro Salvador transfigurado en un blanco deslumbrante. En la Escritura de hoy, parece que encontramos un momento en el que se cruzan el tiempo, el espacio y la divinidad. Este profundo momento en la cima de la montaña revela la verdadera naturaleza de Jesús y su conexión y cumplimiento tanto de la Ley como de los Profetas. 

En febrero escuchamos la versión de Mateo. Hoy hemos escuchado la versión de Lucas. Las diferencias son mínimas. Lo importante es que los tres Evangelios señalan la Transfiguración como un acontecimiento significativo en la vida de Cristo.1 Este acontecimiento sucede después de la confesión de Pedro de que Jesús es el Mesías y de la predicción de Jesús de su muerte. 

En la época de Jesús, el pueblo judío estaba sometido al dominio romano y se enfrentaba a cuestiones de identidad y fidelidad a la alianza. La aparición de Moisés y Elías en la Transfiguración habría tenido un profundo significado para los primeros discípulos, anclando la misión de Cristo en las veneradas tradiciones de la ley y los profetas. Entender este contexto nos ayuda a comprender el profundo impacto de este acontecimiento. 

El rico simbolismo del acontecimiento ha inspirado el pensamiento y el arte cristianos a lo largo de la historia, simbolizando una revelación de la gloria divina de Cristo, conectando su existencia humana con su existencia divina, y su existencia terrenal con su existencia eterna. 

En la Transfiguración, el aspecto de Cristo cambia: su rostro resplandece, sus vestidos se vuelven de un blanco deslumbrante, espectáculo presenciado por los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Esta luz resplandeciente significa la divinidad de Cristo. ¿Por qué? ¿Cómo? En diversas tradiciones religiosas y culturales, la luz se asocia con lo divino, con la pureza y la verdad. El resplandor de la aparición de Cristo durante la Transfiguración concuerda con este simbolismo, ya que sirve como afirmación visual para los discípulos de la naturaleza divina de Cristo. A lo largo de la Biblia, la luz y el resplandor se relacionan a menudo con encuentros divinos.2 

La deslumbrante luz que brilló desde Jesús en la cima de aquella montaña es la Luz del Mundo, una luz que sigue brillando, guiando, sanando, transformando y dando poder. No es sólo un símbolo de la divinidad de Cristo, sino un faro de esperanza y guía para cada uno de nosotros. 

En nuestro viaje por la vida, a menudo nos encontramos con valles de sombras en los que la esperanza parece lejana. La luz de la Transfiguración es un faro que ilumina nuestro camino, guiándonos de la desesperación a la esperanza, de la oscuridad a la luz. La misma luz que transfiguró a Jesús en la cima de aquella montaña puede transformarnos a nosotros, infundiéndonos fuerza, valor y sabiduría. 

La Transfiguración puede considerarse una poderosa metáfora de una chispa de justicia en nuestras comunidades. Representa un momento de claridad e iluminación, en el que lo ordinario se transforma en algo extraordinario. En un contexto social, la Transfiguración puede inspirar un compromiso renovado con la justicia, la igualdad y la compasión. Puede ser el catalizador que despierte un sentido de responsabilidad compartida, instando a individuos y comunidades a mirar más allá de las diferencias superficiales y a reconocer la dignidad y el valor inherentes a cada persona. Al igual que los discípulos fueron llamados a ver a Jesús bajo una nueva luz, el símbolo de la Transfiguración nos desafía a ver a nuestro prójimo con ojos nuevos, abrazando la empatía y luchando por una sociedad más justa. 

La luz de la Transfiguración nos lleva a un despertar espiritual transformador para nosotros. Al reflexionar sobre la luz divina de la Transfiguración, debemos considerar cómo se extiende a nuestra comunidad. Como iglesia, individual y colectivamente, estamos llamados a reflejar la luz de la Transfiguración en nuestra comunidad. A través de nuestro culto, comunión y servicio, tenemos la tarea de encarnar la luz de Cristo, siendo ejemplos de amor, compasión y unidad. 

Pero la luz de la Transfiguración no se detiene en nosotros individualmente o incluso como comunidad. Llega al mundo. En un mundo empañado por el cambio climático, las enfermedades, la polarización política y tragedias como el ahogamiento de inmigrantes que intentan escapar de la guerra y la violencia, el simbolismo de la Transfiguración nos recuerda que debemos buscar la integridad más allá de las divisiones creadas por el hombre, esforzándonos por alcanzar un propósito unificado. ¿Podemos reconocer lo divino que hay en cada uno de nosotros y trabajar colectivamente por la compasión, la empatía y la gestión responsable de nuestro planeta? 

La Transfiguración nos enseña la continuidad de la luz de Dios. La aparición de Elías y Moisés confirma la continuidad de la revelación de Dios, asegurándonos que la luz de Dios siempre ha estado y siempre estará. Esta luz eterna es nuestra guía, nuestro consuelo y nuestra esperanza a lo largo de todas las generaciones. 

La Transfiguración no es un mero acontecimiento pasado; es una realidad viva, una llamada a la acción. La Transfiguración no es una mera visión momentánea, sino un encuentro transformador. Los apóstoles descienden del monte cambiados para siempre, tras haber contemplado la gloria de Dios. Es un pronunciamiento teológico del Cristo que transforma, redime y restaura. Esta luz nos llama a una transformación similar. 

La luz de Cristo. Es una invitación profunda. Es una invitación a la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nuestro Creador, Redentor y Santificador. Al igual que Cristo se reveló a los discípulos en la montaña, Cristo se nos da a conocer a nosotros al partir el pan. Este encuentro sacramental ilumina nuestras vidas, fomentando una profunda conexión con Cristo y con los demás. 

¿Cómo permitimos que la luz de la Transfiguración nos transforme? ¿Cómo estamos siendo esa luz para los demás? ¿Cómo podemos ser más intencionados a la hora de reflejar esta luz divina en todos los aspectos de nuestras vidas? 

Estamos llamados a ser un testimonio vivo de la luz que guió a los discípulos en la cima de aquella montaña. Al considerar la Transfiguración, es esencial reflexionar sobre cómo este profundo acontecimiento informa nuestra comprensión de Dios, nuestro camino de fe y nuestro compromiso con el mundo. 

Quizá queramos que nuestra experiencia en la cima de la montaña dure el mayor tiempo posible. Así le ocurrió a Pedro. Él experimenta a Dios de una manera directa, obvia y poderosa y responde queriendo construir moradas para Moisés, Elías y Jesús. 

Cuando nos encontremos con Dios de una manera tan poderosa como Pedro, probablemente querremos capturarlo como capturamos nuestros recuerdos en nuestros teléfonos inteligentes (tengo más de 4.000 fotos en mi teléfono). 

Burt no podemos domesticar o domar la actividad de Dios, por supuesto. Quedarse y morar allí en esa montaña habría alejado a Jesús de Jerusalén y del Calvario, que Jesús está tratando de explicar que es su propósito y misión. 

Para impulsar la misión de Cristo en el mundo, no podemos quedarnos en la cima de la montaña. Debemos descender, llevando la luz divina a nuestra vida cotidiana. Debe brillar a través de nosotros en todo lo que hacemos, reflejándose en nuestras interacciones, nuestras decisiones, nuestro propio ser. Así que recordémoslo en los momentos cotidianos, en nuestras conversaciones con los amigos, en nuestras decisiones en el trabajo y en nuestro tiempo con la familia. Esforcémonos por ser más amables, más pacientes, más comprensivos y más indulgentes. Es en estas sencillas decisiones cotidianas donde podemos marcar una verdadera diferencia y llevar a cabo la misión de Cristo. Seamos conscientes de esto en la próxima semana, y que nos guíe en todo lo que hagamos. Amén.