Año A, Domingo de Pascua
9 de abril de 2023
Año A: Hechos 10:34-43; Salmo 118: 1-2, 14-24; Colosenses 3,1-4; Mateo 28:1-10
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En el nombre de nuestro Salvador resucitado. Amén.
Esta mañana nos reunimos para celebrar la resurrección de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Al reunirnos en nuestro santuario adornado con flores vibrantes, su belleza nos sirve de recordatorio visual de la resurrección y la nueva vida que nos trae la Pascua. Los colores y las fragancias de estas flores elevan nuestro espíritu e inspiran un sentimiento de asombro y gratitud. Del mismo modo, la música gloriosa llena el aire y resuena en nuestros corazones, haciéndose eco de la profunda alegría y esperanza que Cristo resucitado nos confiere.
En este espacio sagrado, abrazamos la esperanza de la Pascua, una esperanza que trasciende el tiempo y las circunstancias, uniéndonos en la celebración de la victoria triunfante de Cristo sobre la muerte.
El mensaje central de la Pascua es la esperanza: esperanza de que la vida triunfe sobre la muerte, esperanza de que el amor prevalezca sobre el odio y esperanza de que la luz disipe las tinieblas.1
La lectura del Evangelio de esta mañana narra la historia de las mujeres junto al sepulcro. Mateo nos invita a contemplar la resurrección a través de los ojos de María Magdalena y de la otra María, que fueron las primeras testigos; sí, he dicho primeras testigos del sepulcro vacío y de Cristo resucitado.2
En las primeras horas de aquella primera mañana de Pascua, estas mujeres fueron al sepulcro con el corazón encogido, llevando especias y ungüentos para ungir el cuerpo de Jesús. Le habían seguido durante todo su ministerio, habían apoyado su obra y habían estado a su lado cuando fue crucificado. Ahora, venían a realizar un último acto de amor y devoción.
Pero, al acercarse al sepulcro, vieron que la piedra había sido removida. Se les apareció un ángel del Señor y les dijo: “No está aquí, porque ha resucitado, como había dicho.” Las mujeres sintieron una mezcla de miedo y gran alegría. El ángel les dijo que fueran a dar la buena noticia a los discípulos.
Las mujeres, obedientes a la orden del ángel, corrieron a compartir la noticia con los discípulos. Y en su camino, se les apareció Jesús mismo, diciendo: “¡Saludos!”. Cayeron a sus pies, sobrecogidas de asombro y gratitud, y le adoraron.
¿Qué hay de su experiencia que sigue dando forma a nuestras vidas y al mundo que nos rodea?
A menudo encontramos fuerza en la sabiduría y la fe de quienes nos han precedido. Hoy, al reflexionar sobre la historia de las mujeres junto al sepulcro, recordamos que ellas fueron las primeras testigos y evangelizadoras de la resurrección. Fueron las primeras en escuchar y difundir la buena nueva. Su ejemplo nos llama a compartir con valentía el mensaje de esperanza, amor y luz con los demás.
Inspirémonos hoy en las mujeres del sepulcro. Al celebrar la presencia de las mujeres en el sepulcro, debemos reconocer también la importancia de su papel en la narración del Nuevo Testamento. En una época en la que las voces de las mujeres solían ser desestimadas o ignoradas, Jesús les confió la noticia más profunda y transformadora de la historia de la humanidad: su resurrección. Este acto no sólo validó su experiencia, sino que también desafió las normas sociales que pretendían silenciarlas.
Por desgracia, la voz de las mujeres en la Iglesia primitiva fue a menudo suprimida en los años posteriores. La atención prestada a los discípulos varones y a los apóstoles eclipsó el valor y la devoción de las mujeres junto al sepulcro.
Es esencial que nosotros, como creyentes en el mensaje pascual de justicia, esperanza y amor del Evangelio, reivindiquemos las voces de estas mujeres y reconozcamos su inestimable contribución a la fundación y el crecimiento de la fe cristiana.
La Pascua tiene que ver con la esperanza. La resurrección de Jesucristo es la máxima expresión de esperanza. Nos recuerda que hay vida más allá de la tumba y que la muerte no tiene la última palabra. En un mundo en el que nos enfrentamos constantemente al dolor, el sufrimiento y la pérdida, la Pascua nos da la esperanza de que Dios siempre actúa, incluso cuando parece imposible.
La Pascua tiene que ver con el amor. La resurrección de Jesucristo encarna la máxima manifestación del amor incondicional de Dios por la humanidad. A través del acto de sacrificio de Jesús en la cruz, experimentamos la profundidad y la magnitud del amor divino, que trasciende la comprensión humana. Este amor nos abraza a todos, ofreciéndonos el perdón, la redención y una relación renovada con Dios. La Pascua nos desafía a abrir nuestros corazones a este amor divino, permitiendo que transforme nuestras vidas y nos capacite para amar a los demás con la misma profundidad y abnegación que Jesús demostró. En este tiempo de renovación, llevemos el mensaje de amor y compasión a todos, compartiendo la esperanza y la alegría que nos trae la Pascua.
La Pascua también tiene que ver con la justicia. La resurrección de Jesucristo revela el triunfo de la justicia de Dios sobre los poderes del pecado, la muerte y la opresión. Con su vida, muerte y resurrección, Jesús se enfrenta a los sistemas injustos del mundo e inaugura una nueva era de justicia y misericordia divinas. Esta justicia tiene sus raíces en la dignidad y el valor inherentes a toda persona, independientemente de su posición social, sexo o raza.
Por último, la Pascua trata de la luz. La resurrección de Jesús ilumina la oscuridad de este mundo. Igual que el alba rompe la noche, Cristo resucitado trae luz y vida a nuestras vidas. Cuando las mujeres descubrieron el sepulcro vacío, su miedo y su tristeza se transformaron en alegría y esperanza. Estamos llamados a llevar la luz de la resurrección al mundo, disipando la oscuridad y la desesperación.
Celebramos la Pascua de una manera única. Nuestra liturgia, nuestros himnos y nuestras oraciones están llenos de la belleza y la riqueza de la tradición. Pero estas tradiciones no son meramente ornamentales. Nos recuerdan el gran misterio y milagro de la resurrección.
La Pascua significa que tenemos otra oportunidad de ser la persona que Dios creó para que fuéramos, y podemos empezar a hacerlo en cualquier momento, incluso cuando pensamos que es demasiado tarde. Nunca es demasiado tarde para creer en la resurrección y en la esperanza que conlleva. Porque la resurrección no ha terminado, sigue en marcha en tu vida y en la mía. Por eso tenemos la oportunidad de participar y ser testigos de la esperanza de la resurrección.
Seamos portadores de la resurrección. Seamos valientes al compartir la buena nueva de la resurrección de Cristo con nuestras palabras y acciones, para que otros conozcan el poder transformador del amor de Dios.
Porque Cristo ha resucitado; ¡sí que ha resucitado! ¡Aleluya!